Son décadas creyendo en el innegable derecho de Bruce Wayne a tomarse la justicia por su mano. Muchos años confiando en la conducta intachable de un hombre que sólo puede actuar enfundado en unas mallas apretadas y una máscara con orejas puntiagudas; a veces, con la compañía de su imberbe pupilo vestido con braga náutica y capa. El caballero oscuro de Gotham City podría parecer algo siniestro o intimidante, pero nadie lo habría acusado jamás de loco. Nadie excepto el Joker.
Arkham Asylum, un lugar sensato en una tierra sensata comienza con un motín: los conocidos desequilibrados con los que Batman nutrió al manicomio de Gotham durante tanto tiempo, liderados por su sonriente archienemigo, exigen que el murciélago se adentre en la institución a cambio de la vida de los rehenes retenidos. Desde el mismo momento en que Batman entre en contacto con el psicótico mundo que contribuyó a crear, un Joker (cuerdo no, pero sí sabio) con el que pronto empatizamos no cejará en su empeño por demostrar al enmascarado qué pequeña es la diferencia entre los locos y el héroe que los encierra. La historia de Grant Morrison (Marvel Boy), con su encarnación en el genial estilo de Dave McKean (Orquídea Negra), nos ofrece la cara del papel del justiciero que el lector no suele ver, lo que hay después de que el criminal es encerrado: un Dos Caras en pleno proceso de rehabilitación, un Sombrerero Loco cuya pedofilia se distingue en todos sus diálogos o una psiquiatra que ha decidido quedarse en el manicomio por su propia cuenta y que advierte a Batman de que, posiblemente, el Joker no esté loco, sino que se deja llevar por lo absurdo de la propia realidad.
La vida del creador del manicomio, Amadeus Arkham, ofrece el marco del viaje a un infame País de las Maravillas en el que Batman tendrá que revisitar cada uno de los lunáticos que con tanta facilidad enjauló en el pasado. El héroe, más una sombra que un hombre real, atravesará su pesadilla más íntima y profunda: la posibilidad de que el Joker esté en lo cierto al poner en duda la cordura de una identidad marcada por una patente asexualidad, el trauma infantil de la pérdida de sus padres y la necesidad de esconderse tras una máscara para sentirse poderoso. Resulta irónico que su más acérrimo enemigo sea, en realidad, el hombre que le obligue superar la tragedia que condicionó el resto de su vida como justiciero enmascarado. Sin embargo, no hay demasiada ironía en admitir que, al fin y al cabo, hay tanto de ortodoxo en un criminal vestido de payaso como en adoptar el aspecto de un murciélago en una cruzada personal exenta de altruismo. Mucho más madura que tantas otras historias anteriores sobre el Caballero Oscuro, Arkham Asylum satisface, con una maestría insuperable, nuestro pequeño crítico interior al poner en entredicho la validez de iconos musculados y simplistas, creados en unos tiempos en los que héroes omnipotentes y carentes de complejidad moral eran necesarios para mantener la esperanza de los niños en sus propios padres.
De hecho lo es; el nombre viene directamente del Arkham de Lovecraft, que a su vez lo sacó de un manicomio real.
Arkham no es una región ficticia donde tienen lugar los mitos de Cthulu?
De hecho, creo que es en ese mismo manicomio donde comienza el videojuego basado en “el Horror de Dunwich”…